viernes, 8 de octubre de 2010

Aburridos idiotas predecibles

Llegó a la plaza y se sentó en su banco favorito.
Le encantaba esta plaza, solía venir todos los días al atardecer.
Estaba en todo el centro de su ciudad, y desde su banco preferido podía observar prácticamente todo a su alrededor.
Se puso cómodo y comenzó a ver a la gente. Le gustaba ver a las personas, pero era un placer masoquista: Le gustaba verlas, porque éstas le disgustaban.

Veía personas caminando en la plaza, en los carros que transitaban la calle, en las terrazas de los restaurantes que le rodeaban, incluso en las ventanas de los edificios de oficinas de los alrededores.
Patético – Pensó – Todas estas personas viven en una gran farsa. En su mundo perfecto, siempre haciendo lo mismo. Trabajando para jefes invisibles, cayendo en la monótona rutina. Nada sucede en su vida de plástico. Nada cambia… nada gira. Siempre lo mismo. Predecibles. Eso es lo que son: predecibles hormigas. ¿Cómo pueden soportar ser tan aburridas? Parte del sistema, simples engranajes que se parten el lomo para hacer feliz a alguien más. No sueñan, no cambian, no piensan… ni siquiera viven. Están tan engañados en su mundo de fantasía que todo es fácil para ellos. Pobres idiotas… no saben vivir.

Así pensaba mientras miraba a su alrededor.
Y que equivocado estaba.
La chispa del cambio lo rodeaba descaradamente.
Sentado en su banco catalogaba al mundo de predecibles seres descerebrados y no tenia idea de lo que ocurría a su alrededor.

La mujer que trotaba en la plaza acababa de tener una conversación con su abogado sobre planes de divorcio, mientras su esposo salía temprano del trabajo para, ignorando la intención de su mujer, prepararle una romántica cena sorpresa.

En el restaurante frente a la plaza, dos amigas se reunían para celebrar un acenso laboral; mientras una levantaba su vaso alegremente, la otra se preguntaba, muerta de envidia, con quien se había acostado para conseguir su nuevo puesto.

Un hombre montaba en un taxi, feliz de irse a casa, justo en el momento en que el deprimido taxista decidiera terminar con su miserable vida lanzando su carro del próximo puente.

El joven que caminaba por la acera junto a su amigo, le contaba a éste lo feliz que era con su nueva novia, mientras a no más de dos cuadras de ahí, en el quinto piso de un hotel, ésta sudaba bajo el cuerpo de su amante.

En el piso más alto de uno de los edificios de oficina un hombre de negocios veía la ciudad con orgullo. El día de hoy había ganado millones en la bolsa. En el edificio frente al suyo, un hombre lloraba ya que otro magnate lo había levado a la quiebra total.

En un supermercado una atractiva cajera había guiñado el ojo y sonreído a un completo extraño, borrando de su mente las intenciones de suicidio.

Oscurecía ya… por lo que el hombre se levanto del banco, dio un suspiro y en voz alta dijo: Aburridos idiotas predecibles…
Monto en el autobús y se fue a casa.

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