sábado, 27 de noviembre de 2010

De como no es posible ganarle en discusión al jazz y al vino

Una copa de tinto, un libro y jazz. Encerrado en su cuarto un sábado en la noche.
¿De qué se esconde?
La música lo envuelve con duelos de metales y conversaciones entre cuerdas. Se encuentra en paz. O mejor dicho, intenta convencerse de que no esta en guerra.

Una guerra que está destinado a perder. Pase lo que pase, sea cual sea el resultado, uno siempre perderá en una guerra contra uno mismo. Más aun cuando es la eterna guerra entre el olvido y el recuerdo. Si recuerdas pierdes, si olvidas… no ganas nada.

Cerró el libro. Otro más que termina. Lo sostiene por un tiempo, como recordando los buenos tiempos que pasaron juntos. No tiene nadie con quien comentarlo. La torre de libros terminados aumenta y aumenta, pero las letras nunca lo sacian.

El contrabajo parece hablarte. Lo regaña. Le recrimina. Él sabe que el libro es una excusa. Un placebo que no cura, sino que enmascara. Él sabe que por eso hay tantos libros. Son meras historias que intentan ocultar la suya propia. Él lo sabe, y se lo recuerda con su barítono hablar y su increíble seguridad.

No le hables, contrabajo. ¿No ves que no quiere recordar? ¿No ves que está escondido?
Se esconde del recuerdo, ya que, a menos que olvide seguirá sumido en sus historias. Entonces perderá su guerra.

Vino. Un sorbo de vino. Suave, dulce, aromático.
Lo siente recorrer todo el camino desde que remoja sus labios hasta que calienta su estomago. El sabor lo invita a otro trago más y, lentamente, su cabeza se aliviana y amenaza con alzar vuelo a algún otro lugar. Un lugar lejano. Un lugar mejor.

Detente, vino. ¿No ves que quiere permanecer alerta? ¿No ves que está escondido?
Se esconde del olvido, ya que, si se marchan sus recuerdos no le quedará nada. Entonces perderá su guerra.

La guerra es todo lo que se conoce en ese cuarto. Y los agentes que utiliza para enmascarar el ambiente son los mismos que constantemente le recuerdan que no hay victoria posible a la vista.

Entonces toma otro libro. Y mientras lee cautelosamente la primera página, una trompeta intenta comunicarle con rápidas y explosivas secuencias, que la única manera de abrir la puerta de este cuarto… es desde adentro.


viernes, 8 de octubre de 2010

Aburridos idiotas predecibles

Llegó a la plaza y se sentó en su banco favorito.
Le encantaba esta plaza, solía venir todos los días al atardecer.
Estaba en todo el centro de su ciudad, y desde su banco preferido podía observar prácticamente todo a su alrededor.
Se puso cómodo y comenzó a ver a la gente. Le gustaba ver a las personas, pero era un placer masoquista: Le gustaba verlas, porque éstas le disgustaban.

Veía personas caminando en la plaza, en los carros que transitaban la calle, en las terrazas de los restaurantes que le rodeaban, incluso en las ventanas de los edificios de oficinas de los alrededores.
Patético – Pensó – Todas estas personas viven en una gran farsa. En su mundo perfecto, siempre haciendo lo mismo. Trabajando para jefes invisibles, cayendo en la monótona rutina. Nada sucede en su vida de plástico. Nada cambia… nada gira. Siempre lo mismo. Predecibles. Eso es lo que son: predecibles hormigas. ¿Cómo pueden soportar ser tan aburridas? Parte del sistema, simples engranajes que se parten el lomo para hacer feliz a alguien más. No sueñan, no cambian, no piensan… ni siquiera viven. Están tan engañados en su mundo de fantasía que todo es fácil para ellos. Pobres idiotas… no saben vivir.

Así pensaba mientras miraba a su alrededor.
Y que equivocado estaba.
La chispa del cambio lo rodeaba descaradamente.
Sentado en su banco catalogaba al mundo de predecibles seres descerebrados y no tenia idea de lo que ocurría a su alrededor.

La mujer que trotaba en la plaza acababa de tener una conversación con su abogado sobre planes de divorcio, mientras su esposo salía temprano del trabajo para, ignorando la intención de su mujer, prepararle una romántica cena sorpresa.

En el restaurante frente a la plaza, dos amigas se reunían para celebrar un acenso laboral; mientras una levantaba su vaso alegremente, la otra se preguntaba, muerta de envidia, con quien se había acostado para conseguir su nuevo puesto.

Un hombre montaba en un taxi, feliz de irse a casa, justo en el momento en que el deprimido taxista decidiera terminar con su miserable vida lanzando su carro del próximo puente.

El joven que caminaba por la acera junto a su amigo, le contaba a éste lo feliz que era con su nueva novia, mientras a no más de dos cuadras de ahí, en el quinto piso de un hotel, ésta sudaba bajo el cuerpo de su amante.

En el piso más alto de uno de los edificios de oficina un hombre de negocios veía la ciudad con orgullo. El día de hoy había ganado millones en la bolsa. En el edificio frente al suyo, un hombre lloraba ya que otro magnate lo había levado a la quiebra total.

En un supermercado una atractiva cajera había guiñado el ojo y sonreído a un completo extraño, borrando de su mente las intenciones de suicidio.

Oscurecía ya… por lo que el hombre se levanto del banco, dio un suspiro y en voz alta dijo: Aburridos idiotas predecibles…
Monto en el autobús y se fue a casa.

martes, 28 de septiembre de 2010

Motel

Abrió su maleta.
De esta sacó sus guantes, hacía frío y las manos siempre eran lo primero que se le helaba.
A pesar del frío y su preocupación por las manos, no se puso la chaqueta, el carro estaba a pocos metros de la puerta y esperaba regresar rápido al abrigo de la habitación.
Había dicho a su esposa que llamaría al llegar al hotel, pero su celular fue olvidado en la guantera del vehiculo, y en el pequeño motel no había teléfonos.
La noche era de luna llena, cosa que ayudaba, ya que la mayoría de los bombillos del pasillo externo del motel habían caducado.
No nevaba, pero lo había hecho durante el día, y la nieve que había logrado derretirse se congelaba y presentaba un peligro potencial.
Salió apurado con la intención de regresar rápidamente a su habitación, cerro la puerta de ésta al salir, ya que el motel al borde de la carretera poco transitada no le inspiraba seguridad, no importaba lo corto del tiempo que estuviese afuera.

Ya frente a su auto, a pocos pasos de su cuarto, reparó en que había olvidado las llaves del mismo dentro de la habitación. IDIOTA – Pensó.
Regresando a la habitación, casi resbaló con un charco congelado en el pasillo, sin embargo recupero el equilibrio y evito la caída.
Maldito motel, se notaba a leguas que no lo mantenían. La mayor parte del pasillo que separaba las habitaciones del estacionamiento se encontraba cubierto por una fina capa de hielo.
Igual no era muy concurrido, no existía ningún otro carro en el estacionamiento, y el gerente del hotel parecía tener más ganas de irse a la cama que de brindar atención a su único cliente.
Quizás la falta de clientes era la razón de tanto descuido, o viceversa.
Introdujo la llave de la habitación en el cerrojo, y al girarla ésta, en vez de accionar la cerradura, se rompió con un seco crujido dentro de la cerradura, imposibilitando su entrada al cuarto.
Maldijo en voz alta y lanzó lo que quedaba de llave contra la puerta.
Que hacer ahora.

-Maldito viaje- pensó. Todos los años su compañía lo enviaba al norte para una reunión que daba la casa matriz de la empresa.
Dos días de viaje para solo medio día de conferencia. Luego dos días más de regreso. En este maldito frío.
El frío.
Comenzó a sentir el frío y se arrepintió de no haberse puesto la chaqueta.
Se le ocurrió acercarse a la oficina del motel y pedirle ayuda al gerente.
Las luces estaban apagadas, y luego de tocar la puerta y gritar repetidas veces se dio por vencido.
Regresando a su habitación no pudo sino reír de lo absurdo que resultaba su dilema: encerrado fuera de su cuarto y su carro, en un motel a orilla de una carretera por la que no pasaban autos, sin huéspedes ni personal a quién poder acudir y sin manera de poderse comunicar con alguien del exterior.
Sintió una ráfaga repentina de brisa helada y dejo de reír. Iba a ser una larga noche.
La puerta – pensó – He de hundir la puerta.

Luego de golpear suavemente con el hombro la puerta para probar su resistencia, supuso que con buen impulso lograría tumbarla.
Dio varios pasos hacia atrás y calculo su camino para evitar los pozos de agua congelada.
Una vez todo calculado, tomó aliento y con todas sus fuerzas arremetió contra la puerta.
Para su sorpresa esta resistió, y confundido se encontró trastabillando de espaldas en un camino que no tenía para nada calculado.
Un paso en falso sobre el hielo hizo que perdiera el equilibrio.
Dio un giro en el aire para de esta manera poder amortiguar su caída con los brazos estirados pero no contó con que su auto estaría en medio de su trayectoria.
Su mano izquierda dio contra la capota del vehiculo mientras que su mano derecha y el resto de su cuerpo seguía su viaje acelerado al pavimento.
El carro le hizo girar su cuerpo ligeramente hacia la derecha, por lo que su impacto con el suelo no fue como había esperado.

Todo su peso cayó violentamente sobre su brazo derecho, haciéndolo quebrarse con un fuerte crujido.
Un grito ahogado salio de su garganta y unas lágrimas asomaron por sus ojos.
Se veía parte del hueso sobresaliendo de una herida. Una fractura abierta.
Apoyó su espalda en el auto y comenzó a llorar.
El shock por el dolor y el frío que lo envolvía hicieron que se les durmieran las piernas y que le costara respirar.
Comenzó a nevar.
La noche no sería tan larga después de todo.

martes, 31 de agosto de 2010

Jueves (4)

Se encontraba sentada en la barra de un bar.
Bebía tragos fuertes que contrastaban con su figura delicada y sus suaves rasgos. No le importaba el precio de los mismos, en este bar, las mujeres pagaban la mitad los días jueves.

Bebía porque últimamente su trabajo le disgustaba más de lo normal.
El ser joven y hermosa, junto a más malas decisiones de las que podía contar, era lo que la había encaminado a esa línea de trabajo.

La paga era buena y las responsabilidades pocas, y una vez superado el conflicto moral que sus servicios generaban en ella, era bastante llevadero.
Sin embargo era su “identidad secreta” lo que la animaba a seguir, lo que la mantenía sana y aportaba una sensación de “bien” a su turbulenta vida. Inocente durante el día, trabajadora durante la noche.

No obstante, hacia algunos meses la habían desenmascarado. Los días la obligaban a tomar decisiones radicales y poco a poco sentía que su vida se desmoronaba.
Fue en su tercer trago cuando tomó otra decisión radical, quizás la más importante de su vida.

Se levanto súbitamente y salió lo más rápido que pudo de aquel bar, dejando atrás dinero por sus bebidas y decenas de miradas cargadas de lujuria.
Solo tenía una cosa en mente, y mientras más lo pensaba más rápido se movían sus piernas.

Su concentración se disipo cuando choco con un hombre que venia igual de distraído. Cuando levanto la mirada para disculparse vio que el hombre la detallaba y, segundos después, aparecía en su cara una mueca de disgusto y desaprobación.
Antes que la joven pudiese decir algo el hombre apuro el paso y se marcho sin decir una palabra.

Este hecho no hizo más que reafirmar sus pensamientos. Se prometió a si misma que más nunca, nadie la vería con esa cara.
Mientras recorría las calles apresurada intentando llegar a su destino antes que la oscuridad lo engullera todo por completo, lagrimas comenzaron a descender por sus mejillas.

Se preguntaba una y otra vez como había podido ser tan idiota, como pudo haberle mentido.

Estaba segura y convencida, quizás de tantas veces que se lo repetía, que era una buena persona, que lo que hacia para vivir no la convertía en escoria, que no era completamente su culpa el deber vivir la vida que vivía.
Estaba segura que el pensaba igual, tenía que pensar igual.

Recordó su cara cuando se enteró, recordó la tristeza que ella sintió y la rabia que le carcomía por haber sido tan idiota. Pero también recordó la felicidad, casi palpable, cuando su secreto era todavía seguro.
Todo lo que habían vivido juntos, la manera que su mirada le decía que él no presentía nada negativo sobre ella.

Los recuerdos le hicieron sentir un eléctrico en el estomago. Siempre supo que lo quería, pero fue en ese momento que descubrió que realmente lo amaba.
Comenzó a correr, tenía que llegar cuanto antes, disculparse de nuevo, rogar si era necesario.

A una cuadra de su destino comenzó a escuchar sirenas de alguno de los cuerpos de seguridad que brindaban servicios en su ciudad.
Una gran cantidad de gente se aglomeraba frente al edificio al que se dirigía.

Se abrió camino a codazos entre la multitud hasta alcanzar el otro extremo de la concentración. Lo que ahí vio acabó con toda la felicidad previamente acumulada.

Salud

Brindo por despertar sano un Nuevo dia
Por el sentimiento de culpa que me invade todas las mañanas
Por los libros que me prestan compañía
Brindo por mi dependencia a lo absurdo
Por el masoquismo que tanto agrada
Y la luz roja que me esclaviza
Brindo por las mentiras que ya no asombran
Por nudillos sangrantes
Brindo por ti
Y por mí
Y por nueva compañía
Y por repetida soledad
Brindo ahora porque me acuerdo
Esperando que se me olvide
Brindo por lágrimas contenidas
Por pedacitos de papel
Por copas vacías
Y por una canción alegre
Brindo por compañía
Pero más por soledad
Brindo por el recuerdo
Pero más por el olvido
Brindo por la vida

Once again

Again he lay on his bed with his nightstand light on
Again wondering about what could have been but would never be
Again not wanting to stay awake but not keen on sleeping either
Again checking under his bed for dusted memories
Again wondering why his thoughts had a British accent
Again fighting with his sheets for peace and breathing space
Again writing stupid things
Again thinking thoughts he should not think at all
Again torturing himself minutes before dawn
Again, eager for the following night to arrive

Jueves (3)

Le encantaba escaparse de su trabajo y tomar largas caminatas por las aceras de su ciudad.
Usualmente se quedaba hasta las primeras horas de la noche tras su escritorio, pero este jueves decidió darse uno de sus pequeños gustos, salir un poco más temprano, y caminar.
Le agradaba estar a solas con sus pensamientos, aunque últimamente estos le enturbiaban la mente con agobios y una insistente paranoia.

A pocas cuadras de su edificio de oficinas escucho un grito desgarrador, lo que le hizo voltear la cabeza justo a tiempo para ver un joven cuerpo estrellándose contra la calzada.
La presencia de tan brutal espectáculo le causo nauseas. Tropezando con si mismo se alejo de la escena lo más rápido que pudo.

Anduvo unas cuantas cuadras sin poder dejar de pensar en lo ocurrido. No le calculaba más de 25 años al joven suicida.
Había leído varios artículos y ensayos sobre el suicidio adolescente, aun así no veía razón por la que alguien tan joven quisiera poner fin a su vida. Para él, la vida siempre fue sagrada, aunque últimamente sus oscuros pensamientos le hacían dudar sobre muchas de sus creencias.

Al doblar la esquina, distraído como venía, choco con una joven que caminaba apurada y, al parecer, igual de sumergida en su mente.
Rápidamente se dispuso a disculparse, pero fue entonces cuando reparo en la vestimenta de la joven.

Por un segundo pasó por su mente solicitar los servicios de aquella chica. Pero pasado el segundo, entró en razón y sintiendo asco consigo mismo, volteó rápidamente y siguió su camino.

Esa no era la solución a los problemas que le pesaban, aunque fue la primera respuesta que consideró. Después de todo, ¿Por qué no pagar a su mujer con la misma moneda?
A pocos metros vislumbró el bar, e inmediatamente comenzó a sudar. Hoy su paseo tenía un destino.

Entró al local y parado en la puerta comenzó a escrutar los rostros, uno por uno, con sumo cuidado, de los clientes del bar. Más que todo borrachos y solteros buscando suerte.
De pronto lo reconoció sentado solo en una mesa, estirando su brazo a lo que parecía su segunda cerveza.

Súbitamente el hombre de la mesa volvió su cara y por un segundo sus miradas se cruzaron. Fue ahí cuando sintió una sensación horrible en su estomago, un eléctrico como nunca había sentido antes.
Al ver que el hombre de la mesa intentaba levantarse saco su arma de su bolsillo e hizo tres disparos certeros.

jueves, 29 de julio de 2010

Despierta

En cierto modo todos creemos que vivimos en una película. Las mujeres creen que llegará su príncipe azul y las rescatará románticamente. Y los hombres creemos que aunque hagamos todo mal o cometamos el peor error, la doncella terminará, inevitablemente, en nuestros brazos.

Es una triste realidad, y quien no lo admita se convierte en uno de estos dos personajes: El primero es aquel que cree podrá vivir por siempre siendo un soltero y tendrá oportunidades de sobra para encamar a una gran cantidad de hermosas jóvenes (hombres). El segundo es aquella persona que se convence a si misma que no necesita a nadie para ser feliz, pero se entierra a si misma en su mundo laboral y se convierte en una super exitosa y poderosa mujer de negocios (mujeres). Existen sus variantes pero al final todos creemos en el “final feliz”.

Pues la vida no es así. Los verdaderos príncipes azules son feos; y el tipo de mujer que pasa su vida esperándolo le caminara por un lado sin prestarle atención, guiada por su superficialidad. Cuando un hombre la caga, la caga y se acabó. No hay doncella que de segunda oportunidad, y si la hay, lo más probable es que sea defraudada de nuevo por su pareja.

La vida esta llena de sorpresas desagradables que no aparecen en las películas que tienen un final feliz. Y a diferencia de Hollywood, la chica no renunciará a su novio millonario por encontrarse contigo en un rendez-vous romántico, ni el caballero improvisará un elocuente y espectacular discurso que te hará llorar y perdonar todas sus faltas y errores.

Lo más probable es que no seas “feliz para siempre” con tu primer amor, ni que choques tu carrito de automercado con la persona perfecta. Así que hay que dejar de esperar lo que no va a venir.

Si le hiciste daño a alguien, no esperes un final feliz.
No hagas las cosas esperando que al final te quede una moraleja.
No le des vueltas a asuntos que ya terminaron.
No seas melodramático.
En cambio, aprecia lo que tengas por lo que es en verdad.
Vive la vida como es, vive la realidad.
No esperes que el destino te traiga lo que quieres, lucha por ello, o al menos intenta.
Acepta la realidad, aun cuando no quieras hacerlo.
Despierta.

jueves, 8 de julio de 2010

Jueves (2)

Con una sonrisa exagerada el hombre se levanto de la cama. Mientras buscaba su ropa interior en el suelo de la habitación, volteó a verla.
Desde la cama, todavía desnuda, ella lo miraba pícaramente mientras jugueteaba con las sábanas.

Una vez vestido se despidió rápida y secamente y se dirigió a la puerta. En el camino vio un portarretratos en el que aparecía su compañera de cama junto a un hombre. Siempre se había preguntado que clase de hombre dejaba a su mujer sola todo el día, para que lo engañase con un tipo como él. Sin embargo no le daba muchas vueltas, el pobre pendejo no sabía, así que ¿qué importaba?

Salió del edificio sin mucha prisa, y a pesar que era todavía temprano, decidió ir al bar que siempre frecuentaba. Al llegar se sentó solo en una mesa que miraba a la puerta; pidió una cerveza barata y comenzó a mirar a su alrededor.

Era jueves, “Ladies Night”, así que contó más de 20 chicas en el local. Pero ninguna era de su agrado, se consideraba demasiado atractivo como para que alguna de estas “cualquiera” fuese digna de estar con él.

De pronto vio a la joven en la barra, la reconoció inmediatamente por sus botas altas y su pintura de labios. Cuando la vio sintió que por fin alguien que valía la pena aparecía en ese rancio bar. Imaginó un posible encuentro con la joven y se emocionó al darse cuenta que tenía dinero suficiente para pagarle. Además, sabia por experiencia que, a pesar de ser una de las que por más había pagado, realmente valía su precio.

Mientras el camarero le traía su bebida la joven salio rápidamente del lugar. Por un momento se molestó por perder la oportunidad, pero luego, después de pensarlo un poco le resto importancia; todavía tenia el fresco recuerdo de su ultima sesión y además, era temprano, estaba seguro de que esa misma noche compartiría cama con otra mujer.

Mientras bebía su cerveza entró al bar un hombre visiblemente alterado. Se encontraba sudando y estaba pálido. Se detuvo a unos pasos de la puerta y comenzó a mirar a la gente, como si buscase a alguien. Sentado en su mesa el hombre pensó conocer al personaje de la puerta, pero no estaba seguro de donde.

Tomo un ultimo trago de su cerveza y le hizo una seña al camarero para que le trajera otra. Volteo la mirada de nuevo al hombre de la puerta, este seguía parado en el mismo sitio y ahora parecía escrutar el otro extremo del bar. Sabía que lo conocía de algún sitio, pero no lograba identificar exactamente de donde.

Mientras estiraba la mano para tomar la cerveza que le traía el mesero, una sensación horrible apareció en su estomago. Era como un eléctrico. Finalmente recordó quien era el hombre de la puerta.

Cuando regreso su mirada hacia él, el hombre de a puerta, pálido como papel, lo miraba fijamente desde el mismo lugar que se encontraba desde que había llegado.

El hombre intento pararse de su mesa lo más rápido que pudo, pero antes de conseguir siquiera apoyo, tres disparos en su pecho interrumpieron sus movimientos.

viernes, 2 de julio de 2010

Jueves (1)

Subió un día el joven a la azotea, y viendo su ciudad llena de techos y ruidos sordos, se preparó a fundirse con el asfalto.

No era una decisión propia, sino más bien un eléctrico en el estomago que le obligaba a hacerlo, una especie de impulso que lo enamoraba del vacío.

Sin embargo sería errado decir que era una acción completamente impulsiva. Había antes contemplado la idea, en el momento en que se enteró de la verdad. Apenas lo supo surgió en su interior ese eléctrico que se tradujo inmediatamente en un deseo inexplicable de caer. Sin embargo la idea fue rápidamente desechada, el miedo intentaba convencerle que era una idea descabellada. Se obligo a olvidarla.

Pero no fue así. Tanto el eléctrico como la idea insistieron en acompañarlo. Y fue ese día, un jueves, cuando decidió dejar de resistirse a lo que llego a considerar como “una señal del destino”, “la manera perfecta de dejar todo atrás”.

Se asombró en el momento que se subió a la cornisa. Las piernas no le temblaban. Al contar la gente que transitaba la calle, varios metros abajo, ninguna lágrima caía por su cara. No sentía nada. De no ser por su estomago, hubiese estado inmerso en un estado de paz total.

Abrió los brazos. Cerró los ojos. Respiró profundamente. Dirigió su cara al cielo y, lentamente, comenzó a inclinarse hacia delante.

No se dio cuenta del momento en que sus pies dejaron el suelo. No se dio cuenta cuando comenzó a caer. En un principio no sintió nada, luego sintió el viento azotándole la cara. Un viento que había sentido muchas veces antes cuando correteaba de chico con sus amigos. El mismo viento que sentía cuando manejaba con la ventana abajo. El mismo viento que traía el mar cuando se sentaba en sus orillas a ver las estrellas.

De pronto una sensación de terror hizo que abriera los ojos violentamente. Se sintió confundido y el miedo tomo posesión de su cuerpo. El eléctrico de su estomago había desaparecido…

En un último segundo, una lágrima se atrevió a asomarse.

miércoles, 30 de junio de 2010

Felicidad

Recientes circunstancias me han dado a pensar en la felicidad.
He llegado, lamentablemente quizás, a adoptar la siguiente noción: La felicidad no existe, existe simplemente una ausencia temporalmente indeterminada de la infelicidad.

Cuando la llamada felicidad parece aparecer, cumple la función de alejar la infelicidad, sea por segundos, horas o incluso años. Lo que me lleva a decir que, a diferencia de la infelicidad, su antónimo no constituye un término general sino más bien uno específico, personal y momentáneo.

Es específico ya que, tristemente no cualquier cosa traerá felicidad. Son cosas exactas, que de ser un ápice más generales de lo ideal, pasarán totalmente desapercibidas. Para explicarme mejor emplearé el mejor ejemplo que se me pudo ocurrir: un beso. Un beso en general, de cualquier persona, de forma de saludo, es tan corriente que se convierte en habitual y automático. En cambio un beso, así sea en forma de saludo en la mejilla, de la persona correcta, traerá felicidad.

Igualmente es personal. Lo que alegra a una persona no tiene por que alegrar a otra. He comprendido, quizás un poco tarde, que las cosas que más felicidad aportan son aquellas que el resto de la sociedad da por sentado o no nota en lo absoluto.

Por último, es momentáneo. Esto porque, además de que cada cosa que nos aporte felicidad solo lo hará por un período de tiempo delimitado; lo que nos hizo feliz en algún momento de nuestras vidas, no necesariamente surtirá el mismo efecto en alguna otra ocasión.

Estas tres características explican la rareza de esta ventana que conocemos como felicidad.

Luego de comprender esto, considero que buscar la felicidad es un ejercicio completamente inútil, ya que encontrarla es imposible. Por esta razón buscarla traería únicamente el fracaso, lo que lógicamente viene acompañado de infelicidad, cosa que nos daría más razones para proseguir con tal inútil búsqueda y caeríamos en uno de los círculos viciosos más absurdos que existen.

Al ser la felicidad una mera oportunidad, bordeando en lo azaroso, es ella quien encuentra a la persona, es ella quien decide de que manera encontrarlo, y más importante aún, es ella quien decide cuanto tiempo se quedara con tan dichoso personaje.

Y es esto lo que podríamos considerar incluso como hermoso. Esto porque es cuando uno menos se lo espera que se abre esta ventana entre las paredes de la infelicidad y se nos es permitido asomarnos un rato.

Como pueden ver no soy un completo pesimista. He vivido mis momentos felices y creo que los he aprovechado al máximo. De hecho, no tengo nada en contra de la llamada felicidad, todo lo contrario. Sin embargo pienso que todo lo que he dicho es cierto, quizás sea el hecho que recientemente se me cerro una ventana. O quizás sea que las situaciones dificulten cada vez más la apertura de ventanas nuevas.

En fin, por más cursi que suene; así es la vida y así hay que vivirla. Poco a poco y pensando que la vida esta hecha para mirarla en retrospectiva, y de esa manera podremos contar y recordar aquellas ventanas por las que nos asomamos.

martes, 29 de junio de 2010

La bestia enjaulada

Vueltas y vueltas la bestia enjaulada en su seis por cuatro. Paredes de concreto responsables de nudillos sangrantes.
Un solo sentido vueltas y vueltas la bestia enjaulada contra las agujas del reloj.
El bombillo en el techo titila amenazante, preparando la habitación para la completa oscuridad. Vueltas y vueltas la bestia enjaulada y un solo sonido.
Un reloj que ausente a maltratos se rehúsa a detenerse.
Una puerta siempre abierta sugiere un escape deliberadamente ignorado.
Vueltas y vueltas la bestia enjaulada…
A gusto en su prisión.