jueves, 2 de junio de 2011

Podría...

Cuando veo una hoja en blanco frente a mi, entro en un pequeño momento de pánico.
Quiero escribir, pero, ¿sobre qué?
No me considero una persona realmente complicada, aunque a veces siento que tengo mucho que botar, y que un lápiz ayudaría.
Entonces, con miles de líneas vacías y una aparentemente infinita cantidad de tinta; ¿Cómo es que no sé sobre qué escribir?

Supongo que podría escribir sobre mi despecho, sobre como me siento y lo que llevo por dentro. Sin embargo creo que el eterno romántico se alimenta del drama, y en ese caso, una dosis de color azul en el alma y en la mente aporta un mal necesario.

Quizás podría escribir sobre ella. Podría detallarla en letras e inmortalizarla en papel.
Podría describir sus rasgos y decir que son perfectos, o explicar como su voz me conduce a un estado semi-catatónico.
Podría escribir clichés como “me pierdo en sus ojos” o “el vaivén de sus caderas”. O podría ser un poco más original y escribir que me gustaría estudiar su espalda o acampar entre sus brazos.
Pero habiendo terminado de escribirlo y leyéndolo de nuevo, seguro quedaría defraudado, ya que nada de lo que pudiera haber escrito haría justicia a la imagen de ella con la que mi mente se entretiene tanto.

También podría escribir sobre alguna fantasía. Algo que muera por hacer y que ocupe mis pensamientos todos los días a toda hora. Pero estas fantasías la involucran a ella, entonces terminaría escribiendo sobre mi despecho, lo que convierte a este tópico de escritura en uno realmente inútil.

Podría ponerme a escribir sobre mi vida, o sobre algo más amplio, como la música… o podría escribir un cuento, una pequeña historia. Pero ahora en lo único que puedo pensar es en ella, y ya me convencí a mi mismo que escribir sobre ella no me llevará a ningún lado.

Esta indecisión puede durar horas, y aparte de unos manchones y unas pocas palabras, no terminaría con nada en la hoja frente a mí.
Como dije anteriormente, no me considero una persona complicada.
Sí no sé sobre qué escribir, mejor no escribo nada.

sábado, 27 de noviembre de 2010

De como no es posible ganarle en discusión al jazz y al vino

Una copa de tinto, un libro y jazz. Encerrado en su cuarto un sábado en la noche.
¿De qué se esconde?
La música lo envuelve con duelos de metales y conversaciones entre cuerdas. Se encuentra en paz. O mejor dicho, intenta convencerse de que no esta en guerra.

Una guerra que está destinado a perder. Pase lo que pase, sea cual sea el resultado, uno siempre perderá en una guerra contra uno mismo. Más aun cuando es la eterna guerra entre el olvido y el recuerdo. Si recuerdas pierdes, si olvidas… no ganas nada.

Cerró el libro. Otro más que termina. Lo sostiene por un tiempo, como recordando los buenos tiempos que pasaron juntos. No tiene nadie con quien comentarlo. La torre de libros terminados aumenta y aumenta, pero las letras nunca lo sacian.

El contrabajo parece hablarte. Lo regaña. Le recrimina. Él sabe que el libro es una excusa. Un placebo que no cura, sino que enmascara. Él sabe que por eso hay tantos libros. Son meras historias que intentan ocultar la suya propia. Él lo sabe, y se lo recuerda con su barítono hablar y su increíble seguridad.

No le hables, contrabajo. ¿No ves que no quiere recordar? ¿No ves que está escondido?
Se esconde del recuerdo, ya que, a menos que olvide seguirá sumido en sus historias. Entonces perderá su guerra.

Vino. Un sorbo de vino. Suave, dulce, aromático.
Lo siente recorrer todo el camino desde que remoja sus labios hasta que calienta su estomago. El sabor lo invita a otro trago más y, lentamente, su cabeza se aliviana y amenaza con alzar vuelo a algún otro lugar. Un lugar lejano. Un lugar mejor.

Detente, vino. ¿No ves que quiere permanecer alerta? ¿No ves que está escondido?
Se esconde del olvido, ya que, si se marchan sus recuerdos no le quedará nada. Entonces perderá su guerra.

La guerra es todo lo que se conoce en ese cuarto. Y los agentes que utiliza para enmascarar el ambiente son los mismos que constantemente le recuerdan que no hay victoria posible a la vista.

Entonces toma otro libro. Y mientras lee cautelosamente la primera página, una trompeta intenta comunicarle con rápidas y explosivas secuencias, que la única manera de abrir la puerta de este cuarto… es desde adentro.


viernes, 8 de octubre de 2010

Aburridos idiotas predecibles

Llegó a la plaza y se sentó en su banco favorito.
Le encantaba esta plaza, solía venir todos los días al atardecer.
Estaba en todo el centro de su ciudad, y desde su banco preferido podía observar prácticamente todo a su alrededor.
Se puso cómodo y comenzó a ver a la gente. Le gustaba ver a las personas, pero era un placer masoquista: Le gustaba verlas, porque éstas le disgustaban.

Veía personas caminando en la plaza, en los carros que transitaban la calle, en las terrazas de los restaurantes que le rodeaban, incluso en las ventanas de los edificios de oficinas de los alrededores.
Patético – Pensó – Todas estas personas viven en una gran farsa. En su mundo perfecto, siempre haciendo lo mismo. Trabajando para jefes invisibles, cayendo en la monótona rutina. Nada sucede en su vida de plástico. Nada cambia… nada gira. Siempre lo mismo. Predecibles. Eso es lo que son: predecibles hormigas. ¿Cómo pueden soportar ser tan aburridas? Parte del sistema, simples engranajes que se parten el lomo para hacer feliz a alguien más. No sueñan, no cambian, no piensan… ni siquiera viven. Están tan engañados en su mundo de fantasía que todo es fácil para ellos. Pobres idiotas… no saben vivir.

Así pensaba mientras miraba a su alrededor.
Y que equivocado estaba.
La chispa del cambio lo rodeaba descaradamente.
Sentado en su banco catalogaba al mundo de predecibles seres descerebrados y no tenia idea de lo que ocurría a su alrededor.

La mujer que trotaba en la plaza acababa de tener una conversación con su abogado sobre planes de divorcio, mientras su esposo salía temprano del trabajo para, ignorando la intención de su mujer, prepararle una romántica cena sorpresa.

En el restaurante frente a la plaza, dos amigas se reunían para celebrar un acenso laboral; mientras una levantaba su vaso alegremente, la otra se preguntaba, muerta de envidia, con quien se había acostado para conseguir su nuevo puesto.

Un hombre montaba en un taxi, feliz de irse a casa, justo en el momento en que el deprimido taxista decidiera terminar con su miserable vida lanzando su carro del próximo puente.

El joven que caminaba por la acera junto a su amigo, le contaba a éste lo feliz que era con su nueva novia, mientras a no más de dos cuadras de ahí, en el quinto piso de un hotel, ésta sudaba bajo el cuerpo de su amante.

En el piso más alto de uno de los edificios de oficina un hombre de negocios veía la ciudad con orgullo. El día de hoy había ganado millones en la bolsa. En el edificio frente al suyo, un hombre lloraba ya que otro magnate lo había levado a la quiebra total.

En un supermercado una atractiva cajera había guiñado el ojo y sonreído a un completo extraño, borrando de su mente las intenciones de suicidio.

Oscurecía ya… por lo que el hombre se levanto del banco, dio un suspiro y en voz alta dijo: Aburridos idiotas predecibles…
Monto en el autobús y se fue a casa.

martes, 28 de septiembre de 2010

Motel

Abrió su maleta.
De esta sacó sus guantes, hacía frío y las manos siempre eran lo primero que se le helaba.
A pesar del frío y su preocupación por las manos, no se puso la chaqueta, el carro estaba a pocos metros de la puerta y esperaba regresar rápido al abrigo de la habitación.
Había dicho a su esposa que llamaría al llegar al hotel, pero su celular fue olvidado en la guantera del vehiculo, y en el pequeño motel no había teléfonos.
La noche era de luna llena, cosa que ayudaba, ya que la mayoría de los bombillos del pasillo externo del motel habían caducado.
No nevaba, pero lo había hecho durante el día, y la nieve que había logrado derretirse se congelaba y presentaba un peligro potencial.
Salió apurado con la intención de regresar rápidamente a su habitación, cerro la puerta de ésta al salir, ya que el motel al borde de la carretera poco transitada no le inspiraba seguridad, no importaba lo corto del tiempo que estuviese afuera.

Ya frente a su auto, a pocos pasos de su cuarto, reparó en que había olvidado las llaves del mismo dentro de la habitación. IDIOTA – Pensó.
Regresando a la habitación, casi resbaló con un charco congelado en el pasillo, sin embargo recupero el equilibrio y evito la caída.
Maldito motel, se notaba a leguas que no lo mantenían. La mayor parte del pasillo que separaba las habitaciones del estacionamiento se encontraba cubierto por una fina capa de hielo.
Igual no era muy concurrido, no existía ningún otro carro en el estacionamiento, y el gerente del hotel parecía tener más ganas de irse a la cama que de brindar atención a su único cliente.
Quizás la falta de clientes era la razón de tanto descuido, o viceversa.
Introdujo la llave de la habitación en el cerrojo, y al girarla ésta, en vez de accionar la cerradura, se rompió con un seco crujido dentro de la cerradura, imposibilitando su entrada al cuarto.
Maldijo en voz alta y lanzó lo que quedaba de llave contra la puerta.
Que hacer ahora.

-Maldito viaje- pensó. Todos los años su compañía lo enviaba al norte para una reunión que daba la casa matriz de la empresa.
Dos días de viaje para solo medio día de conferencia. Luego dos días más de regreso. En este maldito frío.
El frío.
Comenzó a sentir el frío y se arrepintió de no haberse puesto la chaqueta.
Se le ocurrió acercarse a la oficina del motel y pedirle ayuda al gerente.
Las luces estaban apagadas, y luego de tocar la puerta y gritar repetidas veces se dio por vencido.
Regresando a su habitación no pudo sino reír de lo absurdo que resultaba su dilema: encerrado fuera de su cuarto y su carro, en un motel a orilla de una carretera por la que no pasaban autos, sin huéspedes ni personal a quién poder acudir y sin manera de poderse comunicar con alguien del exterior.
Sintió una ráfaga repentina de brisa helada y dejo de reír. Iba a ser una larga noche.
La puerta – pensó – He de hundir la puerta.

Luego de golpear suavemente con el hombro la puerta para probar su resistencia, supuso que con buen impulso lograría tumbarla.
Dio varios pasos hacia atrás y calculo su camino para evitar los pozos de agua congelada.
Una vez todo calculado, tomó aliento y con todas sus fuerzas arremetió contra la puerta.
Para su sorpresa esta resistió, y confundido se encontró trastabillando de espaldas en un camino que no tenía para nada calculado.
Un paso en falso sobre el hielo hizo que perdiera el equilibrio.
Dio un giro en el aire para de esta manera poder amortiguar su caída con los brazos estirados pero no contó con que su auto estaría en medio de su trayectoria.
Su mano izquierda dio contra la capota del vehiculo mientras que su mano derecha y el resto de su cuerpo seguía su viaje acelerado al pavimento.
El carro le hizo girar su cuerpo ligeramente hacia la derecha, por lo que su impacto con el suelo no fue como había esperado.

Todo su peso cayó violentamente sobre su brazo derecho, haciéndolo quebrarse con un fuerte crujido.
Un grito ahogado salio de su garganta y unas lágrimas asomaron por sus ojos.
Se veía parte del hueso sobresaliendo de una herida. Una fractura abierta.
Apoyó su espalda en el auto y comenzó a llorar.
El shock por el dolor y el frío que lo envolvía hicieron que se les durmieran las piernas y que le costara respirar.
Comenzó a nevar.
La noche no sería tan larga después de todo.

martes, 31 de agosto de 2010

Jueves (4)

Se encontraba sentada en la barra de un bar.
Bebía tragos fuertes que contrastaban con su figura delicada y sus suaves rasgos. No le importaba el precio de los mismos, en este bar, las mujeres pagaban la mitad los días jueves.

Bebía porque últimamente su trabajo le disgustaba más de lo normal.
El ser joven y hermosa, junto a más malas decisiones de las que podía contar, era lo que la había encaminado a esa línea de trabajo.

La paga era buena y las responsabilidades pocas, y una vez superado el conflicto moral que sus servicios generaban en ella, era bastante llevadero.
Sin embargo era su “identidad secreta” lo que la animaba a seguir, lo que la mantenía sana y aportaba una sensación de “bien” a su turbulenta vida. Inocente durante el día, trabajadora durante la noche.

No obstante, hacia algunos meses la habían desenmascarado. Los días la obligaban a tomar decisiones radicales y poco a poco sentía que su vida se desmoronaba.
Fue en su tercer trago cuando tomó otra decisión radical, quizás la más importante de su vida.

Se levanto súbitamente y salió lo más rápido que pudo de aquel bar, dejando atrás dinero por sus bebidas y decenas de miradas cargadas de lujuria.
Solo tenía una cosa en mente, y mientras más lo pensaba más rápido se movían sus piernas.

Su concentración se disipo cuando choco con un hombre que venia igual de distraído. Cuando levanto la mirada para disculparse vio que el hombre la detallaba y, segundos después, aparecía en su cara una mueca de disgusto y desaprobación.
Antes que la joven pudiese decir algo el hombre apuro el paso y se marcho sin decir una palabra.

Este hecho no hizo más que reafirmar sus pensamientos. Se prometió a si misma que más nunca, nadie la vería con esa cara.
Mientras recorría las calles apresurada intentando llegar a su destino antes que la oscuridad lo engullera todo por completo, lagrimas comenzaron a descender por sus mejillas.

Se preguntaba una y otra vez como había podido ser tan idiota, como pudo haberle mentido.

Estaba segura y convencida, quizás de tantas veces que se lo repetía, que era una buena persona, que lo que hacia para vivir no la convertía en escoria, que no era completamente su culpa el deber vivir la vida que vivía.
Estaba segura que el pensaba igual, tenía que pensar igual.

Recordó su cara cuando se enteró, recordó la tristeza que ella sintió y la rabia que le carcomía por haber sido tan idiota. Pero también recordó la felicidad, casi palpable, cuando su secreto era todavía seguro.
Todo lo que habían vivido juntos, la manera que su mirada le decía que él no presentía nada negativo sobre ella.

Los recuerdos le hicieron sentir un eléctrico en el estomago. Siempre supo que lo quería, pero fue en ese momento que descubrió que realmente lo amaba.
Comenzó a correr, tenía que llegar cuanto antes, disculparse de nuevo, rogar si era necesario.

A una cuadra de su destino comenzó a escuchar sirenas de alguno de los cuerpos de seguridad que brindaban servicios en su ciudad.
Una gran cantidad de gente se aglomeraba frente al edificio al que se dirigía.

Se abrió camino a codazos entre la multitud hasta alcanzar el otro extremo de la concentración. Lo que ahí vio acabó con toda la felicidad previamente acumulada.

Salud

Brindo por despertar sano un Nuevo dia
Por el sentimiento de culpa que me invade todas las mañanas
Por los libros que me prestan compañía
Brindo por mi dependencia a lo absurdo
Por el masoquismo que tanto agrada
Y la luz roja que me esclaviza
Brindo por las mentiras que ya no asombran
Por nudillos sangrantes
Brindo por ti
Y por mí
Y por nueva compañía
Y por repetida soledad
Brindo ahora porque me acuerdo
Esperando que se me olvide
Brindo por lágrimas contenidas
Por pedacitos de papel
Por copas vacías
Y por una canción alegre
Brindo por compañía
Pero más por soledad
Brindo por el recuerdo
Pero más por el olvido
Brindo por la vida

Once again

Again he lay on his bed with his nightstand light on
Again wondering about what could have been but would never be
Again not wanting to stay awake but not keen on sleeping either
Again checking under his bed for dusted memories
Again wondering why his thoughts had a British accent
Again fighting with his sheets for peace and breathing space
Again writing stupid things
Again thinking thoughts he should not think at all
Again torturing himself minutes before dawn
Again, eager for the following night to arrive